Stalin en su sarcófago rojo sangre

Las “masas” lloran, las delegaciones extranjeras llegan interminables, las coronas mortuorias son infinitas hasta casi sentir el olor de las flores y el frío. Los sacerdotes ortodoxos se arrodillan ante el cadáver. Los artistas trabajan in situ dibujando, pintando y hasta esculpiendo al fallecido. Los pomposos obituarios de radio aturden el cerebro. Los líderes (masculinos sin excepción) dan severos discursos. Mientras el dios muerto hace girar todo a su alrededor camino a su pirámide en un sarcófago rojo sangre, con su cabeza visible en una burbuja de vidrio que hoy semeja a un piloto espacial. Para que al momento de llegar a su eterna morada se paralice toda la Unión Soviética al gruñir de los cañones y se desate el grito doloroso de las sirenas de las fábricas y locomotoras, mientras todos los obreros descubren su cabeza ante el salvador del proletariado mundial. Digamos que es algo así de fuerte, teatral y cinematográfico.
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