Mozart Sonata nº 4 - El anunciante de la Civilización del Amor Puro | Juan de San Grial
Interpreta Juan de San Grial al piano Bluthner
Creación de Arta Studio (2016)
“Leo una carta de Mozart y escucho una sonata. Toco una sonata y escucho una carta. Las piezas musicales son como sobres que caen del cielo con tarjetas postales para sus destinatarios.
¡Qué forma de hablar...! “Te regalo 2999,5 besitos...”. Y todo está palpitando. Sin parar, suelta allegros, rondós, chistes y silencios musicales...
La música de Mozart es apolínea, y no menos apolíneas son sus cartas. Es una beatitud doble: por un lado, escuchar al divino Apolo tocando su cítara y, por otro, recibir una carta del mismísimo Padre de las Musas, tan espléndida por sencilla e inenarrablemente musical.
Durante sus 35 años de vida escribió 15 mil cartas... ¡Hasta diez en un día! Casi to- das se perdieron o fueron escondidas. No quedaron más que 800 aprobadas por la censura romana, y, según estas, el genio no hacía más que pedir para que le prestasen unos florines.
En realidad, Mozart enviaba sin cesar las vivas descripciones e impresiones de todo lo que les ocurría a sus adorados prójimos. La caligrafía liviana del genio se ubica en cada nota verbal suya. Cada carta es una excelente sonata de tres partes. Cada sonata es una carta al Padre Bondadoso, llena de humor y consonancia cordial. Detrás de cada palabra se escucha una vibración sonora; detrás de cada entonación, frase escrita o frase musical.
La mitad de sus cartas, si no son peticiones de ayuda material, ¡están llenas de fuerza divina vivificante, no humana! Detrás del contexto musical escucho una notografía verbal: lo que quiso expresar en la obra no se puede expresar con palabras.
Según Mozart, el genio solo puede ser bondadoso. La bondad desmesurada independientemente del tema sobre el que escribiera. ¡Qué valor tiene nada más que la introducción musical apolínea de una carta para una tal Martha Elisabeth, baronesa von Waldstätten: “¡Amadísima, supraexcelentísima, hermosísima, doradísima, plateadísima y azucaradísima, queridísima, preciosísima, muy señora mía baronesa!”.
Por mucho dolor que tuviese en el corazón, por mucho que se quejase su alma por la soledad, la inadecuación, la miseria, el boicoteo por parte de los vieneses y la patria, Mozart no sale de su bailar, lo que pone de manifiesto su mundo apolíneo. ¡Apolo era exactamente así! Tenemos el honor de escuchar al dios hiperbóreo* que además de tocar instrumentos musicales, también bromea durante la comida y mantiene una viva correspondencia con los simples mortales.
El estilo de hablar de Mozart es algo absolutamente inimitable y no terrenal. Su correspondencia verbal, al estilo de un rondó, no puede ser reducida a ningún patrón epistolario. Es un compositor hasta la médula: incluso cuando esboza algo con su escritura apresurada, sigue componiendo una música fantástica.
¿Por qué Mozart no escribió novelas, poesía, tratados filosóficos? ¡Es verdad que era un notable maestro de la palabra! En las cartas sale con chistes, se lamenta de algo, llora...
Él tenía acceso a otro idioma: al más sublime y universal. Prefería la música de los armónicos universales, entiende que la música está por encima de las palabras y que es entendible e inteligible para toda la creación, no solo para los humanos. Su música la escuchan tanto elefantes como gatos, delfines, pececitos y pajaritos. Cuando Mozart improvisaba en el clave de Colloredo, los ruiseñores cantaban en el jardín.
Mozart es un genio universal, un Cristo espiritual. Podría haber escrito un Evangelio..., pero escribió 600 evangelios musicales (el número de sus obras). Podría haber escrito una poesía magnífica..., y sí que la escribió: ¡en cada una de sus obras musicales!
Colaron un mosquito y no vieron el ele-fante: no destacaron al Mozart auténtico como un finísimo interlocutor de lo alto, el anunciante de la Civilización del Amor puro.“
Juan de San Grial, El piano como orfeon III :
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